viernes, 27 de mayo de 2011

La Escuela de la Fortuna ....

Cómo cambiar tu suerte
¡Fuera amuletos y supersticiones! Psicólogos y sociólogos coinciden: sólo de nuestra propia actitud depende que nos sonría la fortuna.

Entre sus amigos, Joan tenía fama de cenizo. En menos de tres días, su novia le había plantado por su amigo de toda la vida, sus jefes le habían concedido un traslado al destartalado despacho del semisótano –un magnífico habitáculo de 2x2 con vistas al muro del patio– y su gato había aprovechado el momento para practicar el salto de altura desde la ventana de su apartamento, en un octavo piso.
 
El gato, además, había demostrado experimentalmente que eso de las siete vidas era, en realidad, un cuento chino. Pero aquella mañana, Joan creía tener un buen motivo para pensar que su suerte, por fin, iba a cambiar. Allí mismo, bajo la mesa del despacho, relucía una brillante moneda de un euro. “Ahí está –pensó nuestro hombre–, el euro de la suerte”, y con un rápido movimiento se lanzó a por él.

En su entusiasmo, Joan no percibió que la mesa era algo más ancha por aquel lado, así que cuando alzó la cabeza se golpeó violentamente. Un compañero lo encontró inconsciente unos minutos después.

La moneda, por cierto, había desaparecido. ¿Acaso el Destino juega con el bueno de Joan? ¿Paga los pecados de una vida anterior? ¿Olvidó la pata de conejo en casa? En absoluto.

Tras su aparente mala suerte no se esconde un pavoroso hado, ni ha sido víctima de un funesto mal de ojo, porque la fortuna, en definitiva, depende de nosotros mismos.

Eso al menos es lo que sostiene el psicólogo Richard Wiseman, autor de un más que curioso estudio sobre este fenómeno.

Nuestra actitud influye notablemente en ella

Tras diez años de investigaciones y centenares de experimentos, Wiseman no sólo afirma que dejar la suerte en manos de la superstición resulta ridículo, sino que con nuestra actitud podemos influir notablemente en que cambie para bien.

Pero lo que el profesor Wiseman ha planteado ahora ante la comunidad científica lo intuían desde hace tiempo otros autores. Así, el prolífico dramaturgo Jacinto Benavente ya afirmaba hace casi un siglo que “todos creen que tener talento es cuestión de suerte; nadie piensa que la suerte pueda ser cuestión de talento”.

Hasta 19 entradas recoge el diccionario de la Real Academia sobre este fenómeno, que define desde “encadenamiento de los sucesos, considerado como fortuito o casual” hasta “circunstancia de ser, por mera casualidad, favorable o adverso a alguien o algo lo que ocurre o sucede”.

Así, según Wiseman, nuestra Academia no puede estar más equivocada. Al menos desde cierto punto de vista.

La gente afortunada encuentra su pareja perfecta, obtiene lo que se propone en la vida y cumple sus objetivos con una pasmosa facilidad, aunque no sea especialmente inteligente ni tenga un determinado talento.

Simplemente parece que estas personas se encontraran en el momento preciso y en el lugar adecuado para beneficiarse de todo lo bueno de la vida. ¿Azar, magia, fuerzas ocultas? “Nada de eso”, sostiene Wiseman. “Sólo los supersticiosos creen que alguien nace con estrella o estrellado.”

Gobernados durante siglos por la superstición

En un artículo publicado en la revista Skeptical Inquirer, este profesor de Psicología afirma que las personas han buscado durante siglos una vía eficaz para llevar la buena fortuna a sus vidas como, por ejemplo, usar amuletos, desde patas de conejo hasta herraduras. Según este autor, “estas creencias perviven aún hoy por el increíble poder de la suerte, un poder que la gente reconoce capazde transformar las vidas de las personas”.

Y es que nuestra percepción nos indica que unos momentos de mala fortuna bastan para que se pierdan años de trabajo. Y ahí es donde entra en juego la superstición, como un modo irracional de atraer la esquiva buena suerte.

Su influencia es tal que, según un estudio del doctor Kenji Hira, del Departamento de Medicina General y Epidemiología Clínica de la Universidad de Kioto, las convicciones de algunos pacientes en Japón sobre el día más o menos afortunado en el que tendrían que abandonar el hospital han aumentado enormemente los gastos del sistema nacional público japonés.

Aun así, Hira reconoce que en ciertos casos el efecto psicológico que causa ignorar las supersticiones es considerable en algunos enfermos. La suerte y todos los mitos que la rodean contribuyen a explicar lo incomprensible y, por tanto, han pervivido como un intento de control de este elusivo factor. Conseguirlo sería perfecto, si no fuera por un hecho indiscutible: la superstición no funciona.

Según Wiseman, esto es así porque estas falsas creencias se basan en una forma incorrecta de pensar. “Provienen de una época en la que las personas creían que la suerte era una extraña fuerza que sólo podía ser controlada mediante extraños rituales”, señala.

El maldito gato negro pasa por el laboratorio

Mark Levin, uno de los miembros de la Asociación de Escépticos de Nueva York, llevó a cabo un curioso experimento para demostrar que los denostados gatos negros son de lo más inofensivo en lo que a la suerte se refiere.

Para confirmarlo, Levin pidió a dos personas que practicaran un sencillo juego consistente en arrojar unas monedas al aire. Luego, se hizo que un gato negro se cruzara frente a uno de los participantes y se continuó el juego.

Más tarde se hizo lo mismo con un gato blanco. Por supuesto, ninguno de los dos felinos afectó en absoluto el desarrollo de la prueba.

Tampoco romper espejos ni caminar bajo una escalera traerá peores consecuencias que el peligro físico que puede entrañar estas acciones. ¿Entonces, cuál es el secreto que tan celosamente guardan los suertudos?

En realidad, la gente a la que consideramos afortunada encuentra todo tipo de oportunidades, mientras que quienes parecen no tener buena suerte son incapaces de hallarlas. Alex Rovira y Fernando Trías de Bes, dos profesores de la Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas (ESADE), recogen este principio en su obra de reciente aparición La Buena Suerte: claves para la Prosperidad.

En su trabajo, ambos expertos concluyen que “la buena suerte únicamente consiste en crear circunstancias, por lo que solamente depende de nosotros y, así, nunca llega a nuestras manos por casualidad”.

Según indican Rovira y Trías de Bes como colofón a su ensayo, el problema es que “muchos son los que quieren tenerla, pero pocos los que de verdad deciden ir a por ella”.

Especialistas en saber aprovechar las oportunidades

Las personas afortunadas utilizan, aunque sea sin saberlo, una serie de estrategias: tienen un espíritu constructivo, están más abiertos a los demás y poseen una cierta habilidad para crear oportunidades y seguir su intuición.

Wiseman, decidido a demostrarlo, llevó a cabo un experimento en el que se proponía a un grupo de voluntarios que contaran el número de fotografías que aparecía en un periódico. Inmediatamente todos se pusieron a la tarea, pero mientras que los poco afortunados tardaban algo más de dos minutos en completarla, los afortunados concluían la misión en unos segundos. Simplemente habían visto que en la segunda página un gran anuncio proclamaba: “deje de contar, el periódico tiene 43 fotografías”.

A continuación, Wiseman hizo lo mismo, pero sustituyó el mensaje por otro en el que se leía: “deje de contar, diga al controlador que ha visto este anuncio y ganará 250 dólares”.

Una vez más, sólo algunos lo detectaron. En realidad, los que estaban más tensos y preocupados por contar las imágenes lo pasaron por alto. La buena predisposición es un factor importante en lo que se refiere a la buena suerte.

Tanto es así, que incluso hay una cierta verdad en aquello de que las personas supersticiosas deberían quedarse en casa los días que les da mal fario.

Según Wiseman, “las personas supersticiosas que creen firmemente que son poco afortunadas realmente se sentirán más tensas ciertos días.

Con total seguridad se sentirán estresadas, conducirán peor, posiblemente estarán más distraídas y serán más propensas a tener un accidente”. La mala suerte es consecuencia de la conducta de uno mismo.

Además, su ansiedad contribuirá a que no adviertan lo inesperado, así que también pasarán por alto las oportunidades que les surjan

Cuanto más preocupado esté, peor suerte tendrá

Y es que las personas tienen mala suerte sencillamente porque o no ven las buenas ocasiones que aparecen a diario a su alrededor o las desaprovechan. Así, alguien puede ir a una fiesta tan preocupado por encontrar a su pareja perfecta que seguramente no se dará cuenta de que podría hacer buenos amigos.

Otros buscarán en un periódico el trabajo que les obsesiona sin prestar atención a otras ofertas que cambiarían su vida para mejor. Pero no se trata sólo de aprovechar oportunidades.

También es importante si la percepción que tienen las personas de lo que les sucede es positiva o negativa. Por ejemplo, si un atracador dispara su arma y hiere a un cliente en el brazo, ¿éste se sentirá afortunado o desafortunado?

Es cierto que podría no haberle dado, pero también es cierto que podría haber muerto. Una persona a la que sus vecinos consideraran afortunada pensaría que se ha librado de una buena y que incluso podría vender la exclusiva y sacar algún dinero.

La primera Escuela de la Fortuna abre sus puertas

En las clases de la Escuela de la Fortuna fundada por el doctor Wiseman en la Universidad de Hertfordshire se aprende que uno es el dueño de su propia suerte y que, a diferencia de lo que mucha gente cree, las personas no nacen afortunadas o desafortunadas.

Allí se enseña que quienes piensan que no hay nada que hacer para remediar la fortuna de cada uno están equivocados, que no es posible influir en la suerte con talismanes o sortilegios, sino con una mejor predisposición hacia la vida, y que nada ni nadie controla la fortuna de los demás, ni se la da, ni se la quita.

Wiseman pensó que lo aprendido durante sus 10 años de investigaciones podría ser utilizado por la gente para incrementar su propia cantidad de suerte.

Y así, en la Escuela de la Fortuna se practican distintos ejercicios encaminados a aumentarla y a hacer que cualquier persona piense y se comporte como si fuera un verdadero suertudo.

Durante un mes, los expertos de las escuela preparan a los estudiantes para aprovechar las oportunidades, para romper la rutina diaria y, en definitiva, para “cambiar el chip” por uno más positivo.

Al final, según indica el propio Wiseman, más del 80 por 100 de los asistentes declara sentirse mejor y más afortunado.

Wiseman es rotundo: “Percibir que la suerte depende de nuestra razón junto con una dosis de ciencia y sano escepticismo puede ser muy positivo en nuestras vidas”.


Abraham Alonso

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