Ecosistemas abiertos y dinámicos
Las
ciudades son ecosistemas: son sistemas abiertos y dinámicos que
consumen, transforman y liberan materiales y energía; se desarrollan y
se adaptan; están determinados por los seres humanos e interactúan con
otros ecosistemas.
Por todo ello las ciudades deben ser analizadas y
gestionadas como cualquier otro tipo de ecosistema (
The European Environment State and Outlook 2010 Urban environment.
EEA, 2011).
Pero hay que tener en cuenta que como ecosistemas altamente
artificiales, se sustentan en la explotación de los Servicios que otros
ecosistemas les proporcionan (materiales, alimentos, energía, agua,
etc.) y demandan la asimilación de lo que su metabolismo excreta a los
ecosistemas cercanos (contaminantes, residuos, aguas fecales, etc.) y
lejanos (gases de efecto invernadero). (EEA, 2010).
Este enfoque
desde el punto de vista metabólico es el que tradicionalmente se ha
realizado de los ecosistemas urbanos y las conclusiones son claras,
existe una dependencia casi total del resto de ecosistemas no urbanos
como proveedores de servicios de abastecimiento, regulación y
culturales. En España estos análisis han evidenciado desde hace tiempo
esta situación (Naredo, 1988).
Pero las ciudades, analizadas
como ecosistemas, no siempre han tenido un valor tan negativo en la
ecuación de la demanda y provisión de Servicios. Y aún hoy día no todas
las ciudades demandan Servicios del resto de los ecosistemas en la misma
proporción. Indicadores como la Huella Ecológica de las ciudades nos
dan idea de la presión ejercida sobre el territorio y de cómo la propia
estructura y funcionamiento de las ciudades como ecosistemas van a
marcar dicha presión (Wackernagel y Rees, 1996).
Este es el
desafío al que se enfrentan hoy los ecosistemas urbanos, la restauración
de servicios, tan necesarios para el bienestar humano, que se han ido
perdiendo en el diseño del modelo actual de nuestras ciudades, como son:
- la regulación del aire, las aguas y el suelo, tan impactadas por las actividades urbanas;
-
la capacidad para volver a producir alimentos, energía o equilibrar el
ciclo hidrológico en sus demandas de grandes cantidades de aguas
superficiales y subterráneas;
- las funciones biológicas propias
de los ecosistemas que se desarrollan en su interior (zonas verdes,
jardines, etc.) como la polinización o el control biológico de plagas y
enfermedades;
- las actividades recreativas y de disfrute
estético que en la actualidad generan un flujo de visitantes urbanos a
los entornos naturales y especialmente a los espacios protegidos.
Todo ello equilibrando su metabolismo para disminuir la presión sobre el resto de ecosistemas a escala local y global.
Áreas urbanas en España
El
Ministerio de Vivienda, según el Atlas de las zonas urbanas de España
(Ministerio de Vivienda, 2009), divide el territorio nacional en tres
tipos de ámbitos:
- Grandes áreas urbanas. Compuestas por 85
áreas (municipales o plurimunicipales) de más de 50 000 habitantes que
agrupan a un total de 747 municipios en los que viven más de 30 millones
de habitantes. Es decir, en el 9,2% de los municipios vive el 67,8% de
la población.
- Pequeñas áreas urbanas. Entidades de población
mayores de 5.000 habitantes, que engloban 306 municipios, ocupan el 10%
del territorio nacional y albergan el 12% de la población.
-
Áreas no urbanas. Este ámbito comprende 7.059 municipios que comprenden
87% de los municipios españoles, con un 19,3% de la población y sobre
una superficie de un 79,8%.
En síntesis se podría decir que el
balance total de las áreas urbanas representa un total de 1.053
municipios (13% del total en España) con un 80% de la población y un 20%
de la superficie total.
Sin embargo, los límites de los
ecosistemas urbanos se extienden más allá de los núcleos habitados, ya
que no se pueden dejar fuera las áreas industriales y comerciales, que
se ubican fuera del núcleo urbano o las infraestructuras para el
transporte, que exceden los límites de los términos municipales. Por
ello, en la cartografía de los ecosistemas urbanos se incluyen todas
aquellas superficies artificiales que de una u otra forma se relacionan
con el funcionamiento de los ecosistemas urbanos.
Según el Corine Land Cover las superficies artificiales en España en el año 2006 ocupaban
1
036 332 ha. Entre 1987 y 2006 la superficie artificial se incrementó en
un 49,59% (Figura 18.2), cifra que ha seguido creciendo a partir de ese
año si se tienen en cuenta las más de 2 millones de viviendas libres
terminadas entre los años 2006 y 2009 y las infraestructuras que las
acompañan (carreteras, líneas férreas, polígonos comerciales e
industriales, etc.).
En su informe “Sostenibilidad Local: Una
aproximación urbana y rural”, (2008) el OSE señala que el incremento del
suelo de naturaleza urbana en las capitales españolas ha sido de un
22,9% como media.
En los nuevos desarrollos se ha producido el
sellado y degradación de las funciones del suelo, alterando su capacidad
de infiltración y su fertilidad. Igualmente en muchas ocasiones la
planificación no ha tenido en cuenta su capacidad de regulación del
ciclo hidrológico, provocando una alteración de los sistemas hídricos y
de drenaje, disminuyendo su capacidad de asimilar los cambios en los
flujos de agua e incrementando el riesgo de inundaciones en zonas
urbanizadas (EEA, 2010).
Modelos urbanos
El
importante dinamismo social y económico que han tenido los ecosistemas
urbanos en las últimas décadas, el modelo de crecimiento y su diseño,
basado en la preeminencia del vehículo privado como modo de
desplazamiento, y el abandono del modelo de ciudad compacta, ha ejercido
grandes presiones en su entorno con un incremento constante en la
demanda de servicios y una generación constante de residuos que es
necesario gestionar.
Los ecosistemas urbanos han perdido su
capacidad de asimilar las alteraciones a las que el planeta se va a
enfrentar en el futuro provocadas por el cambio climático. Los periodos y
severidad de sequías, inundaciones, olas de calor, las subidas del
nivel del mar y las alteraciones que pueden provocar en los sistemas de
recogida de aguas, son algunos de los impactos que las ciudades van a
tener dificultad para superar como consecuencia de un proceso de
crecimiento que no ha tenido en cuenta la conservación de la
funcionalidad de los servicios de regulación del propio ecosistema
urbano y que es necesario volver a recuperar (EEA, 2010).
Aspectos
como la contaminación atmosférica, la producción de ruidos, la falta de
espacios públicos, la escasez de elementos de regulación climática,
etc. son el resultado de una planificación urbana en la que se ha
obviado el papel que desempeñan los servicios de los ecosistemas,
especialmente los de regulación, a costa de la explotación intensiva de
los externos de abastecimiento.
Por ello, el bienestar humano de los
propios habitantes de las ciudades se ha visto afectado con un
incremento de efectos negativos sobre su salud, física y mental; sobre
sus bienes, inundaciones e incendios en ecosistemas contiguos; y sobre
su capacidad de adaptación a cambios externos, con una dependencia total
para cubrir sus necesidades de materia y energía.
La expansión
de los ecosistemas urbanos ha supuesto un incremento de los consumos de
suelo y energía que amenazan el capital natural en los ambientes
naturales y rurales, que aumenta las emisiones de gases de efecto
invernadero, eleva la contaminación atmosférica y acústica hasta niveles
superiores a los límites para la salud humana y presiona sobre los
Servicios de regulación de los ecosistemas.
Análisis de los servicios de los ecosistemas urbanos
Como
hemos dicho, en los ecosistemas urbanos la planificación de su
crecimiento se ha realizado sin tener en cuenta su capacidad de generar
servicios para la sociedad. La intensificación de los ciclos de materia,
agua y energía que se canaliza hacia los ecosistemas urbanos ha
obligado a dedicar ingentes recursos humanos y económicos para evitar el
impacto sobre los ecosistemas cercanos y la población, en muchas
ocasiones con escasos resultados.
Por ejemplo, la alteración de
los cauces fluviales en el interior de las ciudades sin respetar las
zonas inundables ni la vegetación de ribera que actuaba como freno a las
crecidas, ha derivado en la mayoría de las ciudades en la canalización
de los cauces, acelerando el flujo de agua hacia el curso inferior y
destruyendo el conjunto de servicios que esas masas de vegetación
aportaban para el bienestar humano (protección climática, control de
plagas, etc.).
El modelo de movilidad urbana, que se ha
potenciado con el objetivo de incrementar la actividad económica en los
núcleos urbanos, ha derivado en una alteración de la calidad del aire
que provoca daños en la salud de sus habitantes. En ese modelo de
movilidad se han sacrificado los espacios públicos, las zonas verdes, y
con ello los servicios de regulación y culturales que ofrecen para la
asimilación de los contaminantes atmosféricos, el ruido y la disminución
del estrés de las personas.
La expansión de la ciudad fuera de
los límites tradicionales del área urbana, con el argumento de ofrecer
un tipo de vida tranquilo y más cercano a la naturaleza, ha destruido
los ecosistemas cercanos y con ello los servicios que generaban. Además
el proceso de destrucción compromete la conectividad entre los
ecosistemas y aísla completamente las zonas verdes del interior de las
ciudades de los ecosistemas cercanos.
La población local de estas
ciudades es la que ha sufrido el problema, tanto por el incremento de la
movilidad con todo lo que ello supone, como por la pérdida de los
servicios de regulación que la ciudad consumía de estos ecosistemas
destruidos.
En relación a los servicios de abastecimiento, los
ecosistemas urbanos no son capaces de suministrar todos los servicios
necesarios para su funcionamiento y han demandado grandes cantidades de
materia, agua y energía del resto de ecosistemas, algunos de ellos
cercanos y otros más alejados, para garantizar su crecimiento y
estabilidad.
Esta necesidad se ha debido tanto al enorme flujo de
población que se ha trasladado a vivir a entornos urbanos desde el medio
rural como a la adopción de hábitos de consumo, que tienen como
referencia la necesidad de un crecimiento continuo de la economía basado
en el consumo de bienes, sin tener en cuenta la capacidad de los
ecosistemas para suministrar los servicios que se demandan y menos aún
su capacidad para regular el impacto generado.
El consumo
energético se ha incrementado en un 150% desde los años 70 y el consumo
de agua municipal se ha incrementado en un 25% sólo en los últimos años.
Tras Chipre y Bélgica, España tiene el tercer mayor índice de
explotación de agua de Europa (EEA, 2010). En los indicadores sobre
consumo interno, entre el año 2000 y el 2006 la cantidad de materiales
que entraron en la economía española (input directo de materiales) para
su procesado no ha cesado de aumentar.
Según los datos del INE (Cuentas
de flujos de materiales 2000-2006), en el año 2000 se necesitaron 770
105 412 toneladas de materiales, mientras que en 2006 fueron 1 001 743
137 de toneladas, un incremento del 30,08%.
Además, si añadimos la
cantidad de energía necesaria para la producción de estos bienes de
consumo (intensidad energética) que se consumen en los ecosistemas
urbanos o la huella hídrica que contienen, veríamos que la utilización
de los servicios de abastecimiento de otros ecosistemas es lo que ha
permitido el crecimiento constante de los ecosistemas urbanos.
En
cuanto a los servicios de regulación, en los ecosistemas urbanos la
vulnerabilidad a los efectos del clima son evidentes. Además de los
efectos del incremento del nivel del mar en las ciudades costeras (5 de
las 10 ciudades más pobladas están en la costa y cerca del 44% de la
población vive en municipios litorales), las olas de calor tienen un
impacto elevado en la población, especialmente en menores y ancianos.
En
2003 en Europa la ola de calor provocó 70 000 muertes y las
estimaciones de la Unión Europea son de que en las regiones del centro y
sur de Europa, en el año 2080, el número de muertes anuales estará
entre 50 000 y 160 000. Las ciudades actúan como islas de calor
incrementando la temperatura en su interior por causa de la edificación,
la planificación urbana y la falta de zonas verdes que atemperen la
acción solar y favorezcan la evapotranspiración. Por todo ello la
regulación climática debe ser uno de los servicios que más importancia
puede tener en el futuro.
Las ciudades son las mayores
contribuyentes al proceso de calentamiento global por sus altas
emisiones de gases de efecto invernadero, procedentes de los vehículos
privados, la demanda energética para climatización, la generación y
tratamiento de residuos y la demanda de productos industriales.
Los
planes de acción contra el cambio climático que se están elaborando y
desarrollando en muchas ciudades están apostando por la necesidad de
incrementar los sumideros de carbono a través del incremento de las
zonas verdes y una gestión adecuada de las zonas periurbanas
favoreciendo la regeneración de bosques, la creación de áreas de cultivo
o de áreas de recreo.
En el caso de Vitoria-Gasteiz, su Plan de lucha
contra el cambio climático establece la posibilidad de que en 2020 el
conjunto de zonas verdes, bosques, etc. del municipio sea capaz de fijar
el 17% de las emisiones totales del municipio. Además, este tipo de
usos en las zonas urbanas y periurbanas, además de combatir los orígenes
de estos procesos de alteración del clima, actúan como elementos
reguladores de la temperatura, contrarrestando el efecto de isla de
calor de los centros urbanos.
Según los datos proporcionados por
Corine Land Cover
1990, 2000 y 2006, entre 1990 y 2000 el incremento de las superficies
de Zona verde fue del 1,9%, mientras se mantuvo estable entre 2000 y
2006, alcanzando una superficie total de cerca de 10 000 has.
Las Zonas
verdes en los ecosistemas urbanos son el elemento central en el análisis
de los Servicios de los Ecosistemas que se hace en muchos de los
informes que sobre este tema se han elaborado y se han analizado en
numerosos estudios sus efectos sobre el bienestar humano (Barthel et al,
2010; MA, 2005). Sin embargo, en el caso de España, las áreas verdes no
han sido en la mayoría de los núcleos urbanos una parte crucial en la
planificación y el desarrollo.
Mientras, como ya se ha comentado
anteriormente, el crecimiento de otras superficies urbanas y de las
redes de comunicación ha sido mucho mayor. La Organización Mundial de la
Salud recomienda que la superficie de zona verde por habitante esté
entre los 10 y los 15 m
2 por persona y según el informe del
OSE sobre Sostenibilidad Urbana y Local, sólo 15 capitales de provincia
en España están en ese margen, mientras que en el resto es inferior.
Las
zonas verdes, los huertos urbanos, las áreas recreativas, los jardines
de los edificios, etc. son fundamentales para mantener la biodiversidad
de los ecosistemas urbanos y los servicios que proporcionan
(polinización, control biológico, regulación climática, etc.). No
existen estudios en España que analicen ni la situación de estos tipos
de uso del suelo en el ecosistema urbano ni la capacidad de generar
estos servicios que poseen (Orive, A, 2010 en Cambio Global en España
2020-2050).
En cuanto a los servicios culturales, los
ecosistemas urbanos son en estos momentos uno de los que más interés
científico y técnico están despertando y su importancia se pone de
relieve por la cantidad de congresos y jornadas que sobre el tema se
celebran. Aunque la ecología se mantuvo durante mucho tiempo al margen
de la investigación en las áreas urbanas la ecología urbana es en la
actualidad un campo científico en crecimiento.
En octubre de
2010 se celebró la Cumbre de la Diversidad Biológica de la Ciudad
simultáneamente con la 10ª Conferencia de las Partes del Convenio sobre
la Diversidad Biológica.
Esto supone un hecho relevante por la
importancia que supone mantener el recorrido de los últimos años de
incorporar a las ciudades en la conservación de la biodiversidad y
porque en la declaración resultante, continuación de las de Curitiba y
Bonn, los dirigentes y mandatarios de las ciudades reconocen la
necesidad de seguir investigando en la materia y resaltan la importancia
de las redes de investigación que ya están incorporando sus reflexiones
a la gestión de las ciudades: TEEB (Economía de los ecosistemas y la
biodiversidad), URBIO (Urban Biodiversity & Design. Red
internacional para la educación y la investigación aplicada) o los
trabajos de la UNESCO.
La realización de Programas de Educación
ambiental en las ciudades es un servicio cultural que ha ido creciendo
en consonancia con la concienciación de la población sobre los problemas
ambientales y la necesidad de acercar al individuo a la naturaleza.
En
un estudio realizado por el Departamento de Ecología de la Universidad
Autónoma de Madrid (García Ventura, 2009) se analizaron los Programas de
Educación Ambiental de los municipios de más de 25.000 habitantes. En
ese estudio se señalaba que la temática más abundante de los Programas
de Educación Ambiental está centrada en aspectos relacionados con la
biodiversidad, seguidos por los que se refieren más específicamente a
las presiones que los ecosistemas urbanos ejercen sobre el resto.
La
demanda de naturaleza, entendida como la necesidad de entrar en
contacto con sus valores estéticos y psicológicos, no ha sido cubierta
por el diseño de zonas verdes, jardines, etc., en las ciudades,
generando un incremento del consumo de este servicio en los ecosistemas
cercanos a la ciudad, principalmente en las áreas declaradas como
espacios naturales protegidos.
Se ha demostrado que la presencia de
“naturaleza” en la ciudad no ha sido suficiente para sus habitantes como
demuestra la demanda de este tipo de servicio cultural del resto de
ecosistemas.
La mayor parte de los más de 25 millones de visitas
que se realizan a los Espacios Naturales Protegidos en España proviene
de los habitantes de los núcleos urbanos. Estas visitas se concentran en
aquellos espacios más emblemáticos, principalmente algunos Parques
Nacionales y en los que están más ligados a las zonas urbanas, que
soportan una fuerte presión por la afluencia de visitantes.
Los Parques
Naturales de la Comunidad de Madrid, como el de la Cuenca Alta del
Manzanares o el de la Cumbre, Circo y Lagunas de Peñalara, con más de
350 000 visitantes anuales registrados; los de la provincia de Barcelona
con más de 1 millón de visitantes o simplemente el de la Montaña de
Montserrat con más de 2 millones, dan una idea de la presión que se
ejerce sobre estos territorios ligados a las grandes urbes.
Conclusiones
Las áreas
urbanas, como elementos creados de forma artificial por el ser humano,
resultan complejas de gestionar si se adopta una visión de la ciudad
como un sistema ecológico en el que las relaciones con el resto de
ecosistemas, cercanos y lejanos, se establecen a través del flujo de
servicios existente entre ellos.
Las ciudades se gestionan desde
administraciones locales, con límites administrativos fijados, sin
embargo la red de la que dependen para su equilibrio y funcionamiento
excede estos límites y las conexiones entre ellas crecen continuamente.
Por ello, la primera necesidad que se plantea al abordar la gestión de
los ecosistemas urbanos es la existencia de una serie de objetivos
comunes y de una visión consensuada entre las distintas
administraciones, agentes sociales y económicos y ciudadanía.
Cualquier
acción nueva que se desarrolla en una ciudad va a tener repercusiones
en otras ciudades (redes de comunicación, creación de lugares de ocio
y/o negocio, nuevas viviendas, etc.), en otros ecosistemas cercanos
(ocupación de riberas de ríos, presión de contaminantes, fragmentación
de hábitats, etc.) y en ecosistemas lejanos (contaminación atmosférica,
demanda de agua y energía, etc.).
Eso quiere decir que en su
planificación y ejecución se debe incorporar una visión global de los
efectos que van a tener y de las medidas que se deben tomar para reducir
los impactos negativos.
Pero también es necesario modificar la
ciudad actual, para hacerla menos dependiente de otros ecosistemas.
La
demanda actual de materia, energía y servicios culturales para la
población urbana, la producción de residuos y contaminantes, la
ocupación de suelo, etc., que pone en peligro el capital natural del
resto de los ecosistemas, se basa en un modelo de ciudad en la que su
estructura, la forma de gestionar los ciclos de materia y energía, el
estilo de vida de sus habitantes y la estructura política que la
gestiona, ha quedado obsoleta.
Con la visión global que proporciona la
Evaluación de los servicios de los ecosistemas podemos plantear modelos
urbanos que reduzcan esa dependencia.
En la visión de la ciudad
como un ecosistema, la primera necesidad es la búsqueda del equilibrio.
La dependencia externa la convierte en vulnerable y las alteraciones que
se produzcan van a tener un fuerte impacto en el bienestar de sus
habitantes.
Por ello la ciudad debe tender al autoabastecimiento y
generar los mecanismos de amortiguación de las perturbaciones. En
términos de la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, tiene que
potenciar los servicios de abastecimiento y regulación.
El
concepto de complementariedad ecológica de los usos del territorio se
adecua perfectamente a este objetivo. En la planificación urbana es
necesario complementar los usos del territorio convencionales con el
ecosistema sobre el que se asienta (o asentaba) la ciudad.
El respeto al
ciclo hidrológico, a las capacidades y características de los suelos, a
la biodiversidad existente y/o potencial, etc. y la necesidad de
potenciar los servicios propios del ecosistema urbano, deben ser parte
integrante de los planes de ordenación urbana de nueva redacción.
En
la coyuntura actual, la conservación del ecosistema urbano pasa por
recuperar los servicios que puede y debe proporcionar a la población y
que hasta hace unas décadas seguía proporcionando en mayor o menor
medida.
Las perturbaciones a las que los ecosistemas urbanos en España,
en un clima mediterráneo y con gran parte de la población viviendo en
zonas litorales, van a tener que hacer frente por los efectos del cambio
climático, no pueden ser solventados a base de inversiones en
tecnologías y obras de contención.
Ya existen experiencias de cómo las
áreas urbanas pueden adaptarse a estas perturbaciones y ahora es
necesario incorporarlas en los procesos de gestión, algo que hasta ahora
no se ha tenido en cuenta en estos ecosistemas.
MAS INFO: http://buenasiembra.com.ar/ecologia/index.html
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Our Ecological Footprint, Philadelphia, Gabriola Island, BC.
Autor:
Juan Carlos Barrios
Universidad Autónoma de Madrid
http://www.revistaambienta.es/ -
ECOticias.com
MAS INFO: http://buenasiembra.com.ar/ecologia/index.html